Miércoles II Semana de Pascua
La conversación con Nicodemo es
íntima y profunda. Jesús pone a Nicodemo ante la perspectiva que Dios tiene al
ser humano. Dios ya no es un juez, sino que el amor traspasa su ser y su acción.
El gesto más auténtico de ese amor, el fruto, es la entrega de su hijo por amor
a los hombre. Pero la perspectiva necesita de correspondencia para llegar a su zenit.
¿Cuál es la respuesta del hombre? ¿Prefiere a las tinieblas o a la luz? Y aquí
todos somos Nicodemos de quienes se espera una respuesta.
Jn 3,16-21
Tanto amó Dios al mundo, que
entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que
tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será
juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz
vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras
eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la
luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad
se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
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