Jueves Santo
Un gesto que cocemos y
reconocemos. La última cena, y en especial, el inusual gesto del lavatorio de
los pies, son muestras inequívocas de la humildad y el servicio entendidos como
gestos dignificadores y humanizantes. Gestos que el ritmo de nuestro modelo
social han ido acorralando a la esquina de lo extraordinario. Extraordinario
nos ha parecido ver al papa Francisco acudir estos años a una prisión a
celebrar los gestos de Cristo. Está en nuestras manos, pero sobre todo en lo
profundo de nuestras intenciones convertir estos gestos en ordinarios, en
hacerlos reales en lo cotidiano, porque es posible dignificar las relaciones humanas,
humanizarlas y hacer semillero del reino de Dios.
Jn 13,1-15
Antes de la fiesta de la Pascua,
sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre,
habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando; ya el diablo
había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención
de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos,
que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y,
tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a
lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había
ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y este le
dice:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a
mí?».
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago, tú no lo
entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes parte
conmigo».
Simón Pedro le dice:
«Señor, no solo los pies, sino
también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
«Uno que se ha bañado no necesita
lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis
limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a
entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los
pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con
vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y
decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los
pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo
para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
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