Miércoles de la XI Semana de Ordinario
La vida del creyente se construye
sobre el cimiento de la fe. Sin embargo, el entorno social en el que se
desarrolla nuestra vida nos conduce, muchas veces, a vivir bajo la influencia
de la superficialidad. Es como vivir en un escaparate, aparentar lo mejor del
producto que queremos ser para recibir en forma de aplauso o reconocimiento
social la mejor oferta. El mundo virtual ha aumentado esta superficialidad
todavía más. Pero esto no es lo que nos pide una vida coherente con la fe que
profesamos. La verdad a la que nos conduce la vida en el Espíritu se traduce en
una vida auténtica.
Mt 6,1-6.16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra
justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no
tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna,
no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas
y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han
recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas
limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna
quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los
hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas
de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han
recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra
en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu
Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara
triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los
hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes,
perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los
hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo
escondido, te recompensará».