VI Domingo de Pascua
No hay vínculo más grande que el
amor. Superior a la riqueza, a los pactos políticos o sociales, por encima de
los lazos de sangre; solo los compromisos sellados con el amor llegan a buen
puerto. Así nos lo recuerda hoy el evangelio. Dios, en su infinito amor a los
hombres se ha desvivido por nosotros. Lo hemos visto encarnado en su hijo. Y
para que nada se pierda y nada se olvide, continúa su derroche de amor
haciéndonos partícipes de su vida con el Espíritu Santo. Y no nos engañemos, el
amor da frutos. No hay paz más duradera que la sembrada desde el amor y para la
fraternidad. La paz de las armas no es duradera y se asienta en la
inestabilidad y la fragilidad humana. La paz desarmada con el amor tiene visos
de hacerse eterna.
Jn 14,23-29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«El que me ama guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis
palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me
envió.
Os he hablado de esto ahora que
estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el
Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo
que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no
os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se
acobarde. Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Si
me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que
yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».
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