Miércoles de la V Semana de Pascua
No es raro que caigamos en la
tentación de sentirnos superhéroes en la misión evangelizadora. Para nada. A
menudo creemos que los éxitos pastorales brotan de nuestro entusiasmo, de
nuestras estrategias y metodologías (no lo vamos a ocultar, en ocasiones ajenas
a la metodología del evangelio). Sí, somos muy dados a agrandar el ego. Pero
no, el reino de Dios no crece así. Nosotros aportamos, pero es el Señor quien
lo alienta y hace que germine en tantos y tantos corazones. Y somos nosotros,
por supuesto, pero vinculados, como los sarmientos a la vid, los que
colaboramos en la obra de Dios. No nos anunciamos a nosotros, somos vehículo de
un mensaje cargado de vida, que no es de nuestra propiedad.
Jn 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi
Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a
todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la
palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre,
con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
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