Juan María Vianney, presbítero
Lunes de la XVIII Semana
del T.O.
A Jesús le seguía una multitud. Una
multitud desesperada, desilusionada y con escaso futuro. Y en él vieron motivos
para vivir. Jesús no defraudó a la multitud. No les vendió un discurso vacío.
No les ofreció palabras huecas. Les ofreció palabras que se cumplieron. Se
compadeció. Se puso a su lado, les comprendió y sufrió con ellos. Curó a los
enfermos. ¡Cuántas heridas tenemos que necesitan sanar y cicatrizar! Y les dio
de comer. Alimentó su esperanza con futuro, pero también sació su hambre. Hoy
lo sigue haciendo.
Mt 14,13-21
En aquel tiempo, al enterarse
Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a
un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los
poblados.
Al desembarcar vio Jesús una
multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se
acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy
tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles
vosotros de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco
panes y dos peces».
Les dijo:
«Traédmelos».
Mandó a la gente que se recostara
en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al
cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos;
los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y
recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin
contar mujeres y niños.
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