Lunes de la III Semana
de Pascua
Nuestra vida de fe se pone en
juego ante las dificultades de la vida. Nos habituamos al ritmo que muchas
veces nos impone la sociedad, las diferentes mentalidades y el ritmo laboral,
marcado fundamentalmente por nuestras prioridades económicas y las
preocupaciones. A veces nos hemos olvidado de Dios, del Dios Vivo. A veces
recurrimos a él cuando nos apremian las necesidades. Cuando tenemos hambre,
como los seguidores del evangelio. Sin embargo, sabemos que una vida de fe intensa
nos da ese sentido a la vida que la hace más feliz.
Jn 6,22-29
Después de que Jesús hubo saciado
a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar.
Al día siguiente, la gente que se
había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una
barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus
discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas barcas de
Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el
Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos
estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla
del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me
buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta
saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que
perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo
ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para
realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».
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