Sábado de la III Semana del Tiempo Ordinario
No se puede reducir la Palabra de Dios a nuestros
oídos, al interior de nuestros templos o a nuestros pequeños grupos acomodados
de fe. La Palabra de Dios va a otras orillas, muchas veces alejadas. Ahí es
donde debemos esforzarnos. Poner fronteras es negar el objetivo mismo de la
misión que recibimos en el bautismo.
Marcos 4,
35-41
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como
estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad, y las
olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa,
dormido sobre un cabezal.
Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
« ¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le
obedecen! ».
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