II Domingo de Navidad
La luz que ha nacido en Belén es el mismo Dios que se
hace uno de nosotros. Pero ¿sabemos reconocerlo?¿Dónde lo buscamos? ¿Dónde lo
encontramos? ¿Somos de los que lo rechazamos o de los que somos ya hijos de
Dios?
Comienzo del
santo Evangelio según san Juan.
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba
junto Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada
de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los
hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo
recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba
Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos
creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la
luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo
hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él,
y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser
hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne.,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y
hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de
gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de
quien dije: el que viene detrás de mí se puesto delante de mí, porque existía
antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras
gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y
la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que
está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
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