San Pedro y San Pablo, apóstoles
Domingo XIII del
T.O.
La fortaleza de la roca se
asienta en la fragilidad de un hombre creyente. No es un hombre cualquiera. Es
un discípulo que ha abierto su corazón a Dios y se va dejando transformar por
él. Con momentos de debilidad, con negaciones, con miedos, pero cuando descubre
que el cimiento de su fe es la fidelidad a Cristo no hay nada que le eche
atrás. También nosotros pasamos por esos momentos como los que pasó Pedro. Pero
¿ponemos la confianza en el Señor?
Mt 16,13-19
En aquel tiempo, al llegar a la
región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el
Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros
que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y
dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del
Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo
de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro,
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará.
Te daré las llaves del reino de
los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que
desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
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