jueves, 14 de marzo de 2019

El Origen del Vía Crucis



El Vía Crucis o “camino de la cruz” se trata de un camino de oración que busca adentrarnos en la meditación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en su camino hacia el Calvario.
El camino se representa, en un templo, con una serie de imágenes de la Pasión o “Estaciones” correspondientes a incidentes particulares que Jesús sufrió por nuestra salvación.
La finalidad de las “Estaciones” es ayudarnos a unirnos a Nuestro Señor, haciendo una peregrinación espiritual a Tierra Santa, a los momentos más señalados de su Pasión y Muerte Redentora
La costumbre de rezar las Estaciones de la cruz, posiblemente, comenzó en Jerusalén, en ciertos lugares de la Vía Dolorosa; que fueron reverentemente marcados desde los primeros siglos. Hacer allí la Estaciones de la cruz se convirtió en la meta de muchos peregrinos desde la época del emperador Constantino, en el siglo IV.
Según la tradición, la Santísima Virgen visitaba diariamente las estaciones originales y el Padre de la Iglesia, San Jerónimo, nos habla ya de multitud de peregrinos de todos los países que visitaban los lugares santos en su tiempo.
Desde el siglo XII los peregrinos escriben sobre la “Vía Sacra” como una ruta por la que pasaban, recordando la Pasión.
No sabemos cuándo surgen las estaciones según las conocemos hoy, ni cuándo se les comenzó a conceder indulgencias, pero probablemente fueron los franciscanos los primeros en establecer el Vía Crucis, ya que a ellos se les concedió en 1342 la custodia de los lugares más preciados de Tierra Santa.
Muchos peregrinos no podían ir a Tierra Santa ya sea por la distancia, ya sea por las invasiones de los musulmanes, que por siglos dominaron esas tierras y perseguían a los cristianos; así fue como creció la necesidad de representar la Tierra Santa en otros lugares asequibles para ir a ellos en peregrinación. Así en los siglos XV y XVI se erigieron estaciones en diferentes partes de Europa.
Comprendiendo la dificultad de peregrinar a Tierra Santa, el Papa Inocente XII, en el año 1686, concedió a los franciscanos el derecho de erigir estaciones en sus propias iglesias, y estableció que las indulgencias anteriormente obtenidas por visitar los lugares de la Pasión del Señor en Tierra Santa, las podían ganar los franciscanos y otros afiliados a la orden, haciendo las Estaciones de la cruz en sus propias iglesias según la forma costumbrada.
En 1731 el papa Clemente XII lo extendió aún más, permitiendo las indulgencias en todas las iglesias siempre que las estaciones fueran erigidas por un padre franciscano, con la sanción del obispo local; al mismo tiempo fijó en 14 el número de estaciones. Benedicto XIV, en 1742, exhortó a todos los sacerdotes a enriquecer sus iglesias con el rico tesoro de las Estaciones de la cruz. En 1857 los obispos de Inglaterra recibieron facultades de la Santa Sede para erigir ellos mismos las estaciones, con indulgencias, cuando no hubiese franciscanos. En 1862 se quitó esta última restricción y los obispos obtuvieron permiso para erigir las estaciones. En pocos años, las iglesias de todo el mundo tenían en sus paredes las 14 Estaciones del Vía Crucis y se extendió esta devoción rápidamente, especialmente en el tiempo de la Cuaresma.

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