El Vía Crucis o “camino de la cruz” se trata de un camino de
oración que busca adentrarnos en la meditación de la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo en su camino hacia el Calvario.
El camino se representa, en un templo, con una serie de imágenes
de la Pasión o “Estaciones” correspondientes a incidentes particulares que Jesús
sufrió por nuestra salvación.
La finalidad de las “Estaciones” es ayudarnos a unirnos a Nuestro
Señor, haciendo una peregrinación espiritual a Tierra Santa, a los momentos más
señalados de su Pasión y Muerte Redentora
La costumbre de rezar las Estaciones de la cruz, posiblemente,
comenzó en Jerusalén, en ciertos lugares de la Vía Dolorosa; que fueron
reverentemente marcados desde los primeros siglos. Hacer allí la Estaciones de
la cruz se convirtió en la meta de muchos peregrinos desde la época del
emperador Constantino, en el siglo IV.
Según la tradición, la Santísima Virgen visitaba diariamente las
estaciones originales y el Padre de la Iglesia, San Jerónimo, nos habla ya de
multitud de peregrinos de todos los países que visitaban los lugares santos en
su tiempo.
Desde el siglo XII los peregrinos escriben sobre la “Vía Sacra”
como una ruta por la que pasaban, recordando la Pasión.
No sabemos cuándo surgen las estaciones según las conocemos hoy,
ni cuándo se les comenzó a conceder indulgencias, pero probablemente fueron los
franciscanos los primeros en establecer el Vía Crucis, ya que a ellos se les
concedió en 1342 la custodia de los lugares más preciados de Tierra Santa.
Muchos peregrinos no podían ir a Tierra Santa ya sea por la distancia,
ya sea por las invasiones de los musulmanes, que por siglos dominaron esas
tierras y perseguían a los cristianos; así fue como creció la necesidad de
representar la Tierra Santa en otros lugares asequibles para ir a ellos en
peregrinación. Así en los siglos XV y XVI se erigieron estaciones en diferentes
partes de Europa.
Comprendiendo la dificultad de peregrinar a Tierra Santa, el Papa
Inocente XII, en el año 1686, concedió a los franciscanos el derecho de erigir
estaciones en sus propias iglesias, y estableció que las indulgencias anteriormente
obtenidas por visitar los lugares de la Pasión del Señor en Tierra Santa, las
podían ganar los franciscanos y otros afiliados a la orden, haciendo las
Estaciones de la cruz en sus propias iglesias según la forma costumbrada.
En 1731 el papa Clemente XII lo extendió aún más, permitiendo las
indulgencias en todas las iglesias siempre que las estaciones fueran erigidas
por un padre franciscano, con la sanción del obispo local; al mismo tiempo fijó
en 14 el número de estaciones. Benedicto XIV, en 1742, exhortó a todos los
sacerdotes a enriquecer sus iglesias con el rico tesoro de las Estaciones de la
cruz. En 1857 los obispos de Inglaterra recibieron facultades de la Santa Sede
para erigir ellos mismos las estaciones, con indulgencias, cuando no hubiese
franciscanos. En 1862 se quitó esta última restricción y los obispos obtuvieron
permiso para erigir las estaciones. En pocos años, las iglesias de todo el
mundo tenían en sus paredes las 14 Estaciones del Vía Crucis y se extendió esta
devoción rápidamente, especialmente en el tiempo de la Cuaresma.
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