La Asunción de la Virgen María
María se pone en camino a casa de Isabel. María no se
amilana, se levanta y acude a quien necesita de su aportación. Acude a la
montaña, como hemos contemplado a su hijo en las últimas semanas. La montaña,
lugar de revelación, de manifestación de Dios y de encuentro con él. Qué
importante para los creyentes contemplar el evangelio de hoy y hacer que María
sea un modelo para nuestro modo de vivir la fe.
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Lucas 1, 39-56
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino
de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel.
Aconteció que en cuanto Isabel oyó el saludo de María,
saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y levantando
la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de
tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi
vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se
cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios
de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los
hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la
misericordia” - como lo había prometido a “nuestros padres” - en favor de
Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a
su casa.
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