Asunción de la Virgen María
XX Domingo del Tiempo Ordinario
María
se puso en camino para ayudar a su prima Isabel. Y recibe la alegría más
profunda, la que proviene de Dios, la que colma y completa al ser humano. Desde
su humildad reconoce la obra de Dios y se pone en sus manos. Su misión es
cumplir la voluntad de Dios, encargo que acoge con un corazón abierto y
dispuesto. Sin duda un modelo para todos nosotros.
Lucas 1, 39-56
En
aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña,
a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció
que en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel de Espíritu Santo y levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita
tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó
a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que
ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María
dijo:
«Proclama
mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde
ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras
grandes en mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación”.
Él
hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia
a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” - como lo había prometido
a “nuestros padres” - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María
se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario