II Domingo de Adviento
Dios
se acerca. A la humanidad y a cada uno de nosotros. Nada interpela más al ser
humano que tener a Dios cara a cara. El encuentro íntimo con él transforma.
Preparémonos. Allanemos aquellas cosas que en nuestra vida impide caminar hacia
él y hacia los demás. Cada uno sabemos qué es lo que necesitamos allanar. Es la
hora.
Lucas 3, 1-6
En
el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato
gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo
tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo
sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.
Y
recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para
perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del
profeta Isaías:
«Voz
del que grita en el desierto:
Preparad
el camino del Señor,
allanad
sus senderos;
los
valles serán rellenados,
los
montes y colinas serán rebajados;
lo
torcido será enderezado,
lo
escabroso será camino llano.
Y
toda carne verá la salvación de Dios».
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