Fiesta de la Sagrada Familia
No
quiero imaginar la desazón de unos padres que despistan a su hijo y tardan tres
días en encontrarlos. Es posible que este relato de Lucas guarde más una
intención teológica que histórica. Pero es cierto que a veces podemos tener la
tentación de hacer una lectura literal del mismo. Y es que nuestra primera
familia es fundamental en nuestra vida. La familia de sangre crea lazos que
duran toda la vida. Pero Jesús nos muestra en este relato la amplitud de la
nueva familia que Dios nos propone. No hay límites sanguíneos. Es la fe, la
fraternidad que brota de la filiación divina lo que construye una familia mayor.
Lucas 2, 41-52
Los
padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.
Cuando
cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó,
se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran
sus padres.
Estos,
creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se
pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se
volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y
sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de
los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían
quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo,
¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él
les contestó:
«¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero
ellos no comprendieron lo que les dijo.
Él
bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su
madre conservaba todo esto en su corazón.
Y
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los
hombres.
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