XIV Domingo del Tiempo Ordinario
Hoy Jesús no nos habla del contenido de la misión, sino de
las actitudes que debe tener el mensajero, el misionero. El misionero no es un
francotirador que emprende una misión en solitario, es parte de la Iglesia que
lo envía. Ser misionero es dejar de mirar al mundo desde el sofá y levantarse.
Es desprenderse de todo aquello que nos ata y disponerse a emprender una tarea
que te llena. Y es también ser agradecido.
Lucas 10, 1-9
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los
mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde
pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al
dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en
medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a
nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta
casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no,
volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que
tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os
pongan, curad a los enfermos que haya en ella y decidles: “El reino de Dios. ha
llegado a vosotros”».
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