Sábado de la XIV Semana del Tiempo Ordinario
Si hay algo que destruye la misión y la vida del discípulo
es el miedo. Temer puede paralizarnos. Pero puede también ponernos en actitud
de alerta ante el peligro y acabamos viendo peligro en todos lados.
Mateo 10, 24-33
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más
que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como
su amo. Si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!
No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no
llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz y lo que
os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden
matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la
“gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni
uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta
los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis
más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me
declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante
los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».
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