Dedicación de la Basílica de Letrán
Somos muy dados a alabar las
grandezas de las obras que realizamos. Somos así. Nos encantan los
reconocimientos de las grandes obras. Incluso tenemos listas de grandes
maravillas. Sí, unas ya no están pero seguimos rindiéndonos a sus encantos.
Continuamos haciendo grandes templos, unos para orar, otros para engrandecer el
ego humano. Olvidamos, sin embargo, que esos templos tienen una misión… Nos
olvidamos, en definitiva, de Dios.
Jn 2,13-22
Se acercaba la Pascua de los
judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de
bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de
cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les
esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les
dijo:
–«Quitad esto de aquí; no
convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo
que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos
y le preguntaron:
–«¿Qué signos nos muestras para
obrar así?»
Jesús contestó:
–«Destruid este templo, y en tres
días lo levantaré.»
Los judíos replicaron:
–«Cuarenta y seis años ha costado
construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su
cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de
que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho
Jesús.
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