Viernes de la XXVII
Semana del Tiempo Ordinario
Los contemporáneos de Jesús no ponían en tela de
juicio los exorcismos que practicaba. Lo que no apreciaban era la
interpretación positiva de los mismos. Es decir, pensaban que no era obra de
Dios. Sin embargo, lo que Jesús deja claro es que su intervención es un signo
de la llegada inminente del Reino de Dios. Y nuestros gestos, ¿de qué son
signo? ¿de la semilla del Reino?
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Lucas 11,
15-26
En aquel tiempo, habiendo expulsado Jesús a un
demonio, algunos de entre la multitud dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios,
echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del
cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y
cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo,
¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con
el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú,
vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán
vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es
que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su
palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo
vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no
recoge conmigo desparrama.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da
vueltas por lugares buscando un sitio para descansar; pero, como no lo
encuentra, dice:
“Volveré a mi casa de donde salí”.
Al volver, se la encuentra barrida y arreglada.
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que
él, y se mete a vivir allí.
Y el final de aquel hombre resulta peor que el
principio».