Martes de la I
Semana de Adviento
No fueron los poderosos quienes mantuvieron la
esperanza anhelada de la nueva presencia de Dios en medio de su pueblo. No. Los
poderosos asentaron su esperanza en el poder y las riquezas. Pero el resto
humilde y sencillo de Israel esperaron y esperaron de manera confiada en la
esperanza mesiánica. Los mismos a los que el Señor reconoce como aquellos
destinatarios predilectos de su misión.
Lucas 10, 21-24
En aquella hora Jesús se llenó de alegría en el
Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las
has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha sido entregado por mi Padre, y nadie
conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar».
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
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