Viernes de la IV Semana de Cuaresma
El mayor rechazo que Jesús sufre no es otro que la
cerrazón del hombre para acoger los rastros de Dios. Curiosamente dicha
cerrazón se acentúa en los que más de cerca viven y sienten lo religioso. Pero
lo que viven son los tradicionalismos. No somos ajenos a esta realidad. La
Iglesia a la que pertenecemos también pide la conversión. Y también debe abrir
el corazón.
Juan 7, 1-2. 10.
25-30
En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería
andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta
judía de las tiendas.
Después que sus hermanos se hubieron marchado a la fiesta,
entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron:
«¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla
abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que
éste es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías,
cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene».
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:
«A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo,
yo no vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese
vosotros no lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha
enviado».
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar
mano, porque todavía no había llegado su hora.
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