II Domingo de Cuaresma
Dios llama a Abraham a salir de su tierra y le señala la nueva
tierra, fuente de bendición y de gracia. Jesús, transformado, revela a sus
apóstoles la tierra prometida. Para acceder a ella es necesario recorrer el
camino que pasa por la cruz y la resurrección. La transfiguración de Jesús en
el Tabor es prefiguración de su glorificación. El cristiano, llamado a una vida
santa, debe asumir los duros trabajos del Evangelio.
Mt 17,1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y
a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía
como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
De repente se Ies aparecieron Moisés y Elias conversando
con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elias».
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco.
Escuchadlo».
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de
espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús,
solo.
Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre
resucite de entre los muertos».
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