San Óscar y San Blas
Lunes de la IV
Semana de Ordinario
Si ayer celebrábamos que Jesús
ilumina nuestras vidas y que nosotros somos portadores de esa llama de vida que
es la fe en él, hoy asistimos a la misericordia del Señor. El hombre poseído
que vive entre sepulcros es recuperado por la misericordia de Dios, quien le
devuelve a la vida, a la luz. Y no solo lo recupera, hace de él un nuevo
testigo de la fe y de la vida. Solo quien se siente recuperado se convierte en
testigo.
Mc 5,1-20
En aquel tiempo, Jesús y sus
discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas desembarcó, le salió al
encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es
que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas
veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y
destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y
la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
Viendo de lejos a Jesús, echó a
correr, se postró ante él y gritó con voz potente:
«¿Qué tienes que ver conmigo,
Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes».
Porque Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu inmundo, sal de este
hombre».
Y le preguntó:
«¿Cómo te llamas?».
Él respondió:
«Me llamo Legión, porque somos
muchos».
Y le rogaba con insistencia que
no los expulsara de aquella comarca.
Había cerca una gran piara de
cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:
«Envíanos a los cerdos para que
entremos en ellos».
Él se lo permitió. Los espíritus
inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos
mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar.
Los porquerizos huyeron y dieron
la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado.
Se acercaron a Jesús y vieron al
endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se
asustaron.
Los que lo habían visto les
contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban
que se marchase de su comarca.
Mientras se embarcaba, el que
había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él.
Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a casa con los tuyos y
anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de
ti».
El hombre se marchó y empezó a
proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
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