Miércoles de la V Semana del Tiempo Ordinario
Valorar las cosas en su justa medida se nos antoja a veces tarea imposible. Hemos puesto tantas normas, tantos impedimentos, tantos criterios que nos parece imposible aplicar el sentido común. Y Dios nos da pistas para que entendamos el sentido de las normas, pero de las que engrandecen al hombre, no de las que lo atan. El hombre crece cada vez que cumple con las normas del corazón, las que dan sentido a la existencia humana, que pasan por mirar hacia adentro y ver la intención, la disposición y la voluntad del corazón humano. Imponer es atar. Amar es liberar.
Mc 7,14-23
En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:
«Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».
Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola.
Él les dijo:
«¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina».
(Con esto declaraba puros todos los alimentos).
Y siguió:
«Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».
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