Viernes de la I Semana del Tiempo Ordinario
En la vida de la fe no estamos solos. Somos creyentes en
comunidad. Siempre hay quien nos ayude a encontrarnos con el Señor, quien nos
ayude a caminar. Y el Señor transformará nuestro corazón. Él nos acoge y repara
nuestro agotamiento. ¿Pero queremos nosotros o somos de los que ponemos obstáculos en los caminos?
Marcos 2, 1-12
Cuando a los pocos días entró Jesús en Cafarnaún, se supo
que estaba en casa.
Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y
les proponía la palabra.
Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro
y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima
de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el
paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico:
«Hijo, tus pecados quedan perdonados».
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para
sus adentros:
«¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar
pecados, sino solo uno, Dios?».
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo:
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al
paralítico “tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate, coge la camilla
y echa a andar”?
Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene
autoridad en la tierra para perdonar pecados-dice al paralítico-: “Te digo:
levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la
vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
«Nunca hemos visto una cosa igual».
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