Lunes de la II Semana de Adviento
El Reino de Dios que Juan anunciaba ayer se cumple en las
palabras y las obras de Jesucristo. El Hijo de Dios inaugura un nuevo tiempo
con nuevos gestos. Gestos que ni siquiera los límites del hombre van a poder
parar. Nosotros deberemos reflexionar en qué lado hemos puesto nuestro corazón,
en el de los límites o en el de la admiración ante las obras de Dios.
Lc 5,17-26
Un día, estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos
fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y
Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones.
En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a
un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. No
encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo
descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio,
delante de Jesús. Él, viendo la fe de ellos, dijo:
«Hombre, tus pecados están perdonados».
Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos:
«¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo
Dios?».
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les
dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir:
“Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues,
para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar
pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y
vete a tu casa”».
Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la
camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.
El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y,
llenos de temor, decían:
«Hoy hemos visto maravillas».
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