XII Domingo del tiempo Ordinario
No nos resulta extraño a los
cristianos este evangelio. Y no por no extraño deja de ser necesario releer y
llevar a nuestra vida. ¡Cuántas veces acudimos a Dios cuando estamos en
dificultades! Y mientras nos va bien y la vida nos sonríe escapamos del
encuentro con el Señor. Sí, así solemos hacer. Pero Dios siempre está. En las
buenas y en las malas. Él no elige ausentarse de nuestras vidas.
Mc 4,35-41
Aquel día, al atardecer, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo
llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una
fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de
agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal.
Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que
perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento
y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran
calma.
Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no
tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían
unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el
viento y el mar lo obedecen!».
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