San Bernardo, Abad y doctor
Martes de la XX Semana del T.O.
Los seres humanos somos muy dados
a juzgar, de manera inmediata, cuando se trata de asuntos ajenos a nosotros
mismos, pero no nos gusta que nos juzguen. Y así ponemos filtros continuamente
a la vida de fe de los demás. Pero solo Dios ve en lo escondido. Y es en ese
profundo interior que tenemos donde cada uno debemos vigilar nuestra vida de
fe, que si es auténtica ilumina todos nuestros actos externos. El discípulo de
fe es el que confía en Dios porque todo lo puede.
Mt 19,23-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos:
«En verdad os digo que
difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le
es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino
de los cielos».
Al oírlo, los discípulos dijeron
espantados:
«Entonces, ¿quién puede
salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les
dijo:
«Es imposible para los hombres,
pero Dios lo puede todo».
Entonces dijo Pedro a Jesús:
«Ya ves, nosotros lo hemos dejado
todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».
Jesús les dijo:
«En verdad os digo: cuando llegue
la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también
vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a
las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa,
hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y
heredará la vida eterna.
Pero muchos primeros serán
últimos y muchos últimos primeros».
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