XXI Domingo del T.O.
Ante la dificultad suele aparecer
el temor. Y el miedo nos paraliza y no nos deja progresar. Por eso el miedo es
enemigo de la fe. El discípulo es alguien que confía, que contempla, pero
también es alguien de acción y esperanza. Y nada como disponer el corazón a la
fe. Solo el Señor nos colma, nos da las palabras de vida eterna que nos dan la
felicidad.
Jn 6,60-69
En aquel tiempo, muchos de los
discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro,
¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos
lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si
vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da
vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y
vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el
principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie
puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos
suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los
Doce:
«¿También vosotros queréis
marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo de Dios».
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