XIX Domingo del Tiempo Ordinario
La noche es uno de esos momentos en los que los miedos nos
atormentan. La falta de luz nos conduce a la confusión y entre las sombras de
nuestra vida aparecen fantasmas. Esos fantasmas que no nos dejan crecer,
confiar y ser discípulos. Necesitamos la fe, la mano del Señor que nos acoja.
Mt 14,22-23
Después de que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a
sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla,
mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas
para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra,
sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la
noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar
sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua
acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo,
empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
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