Hace no muchos años se oía decir
que los cristianos de estufa o de sacristía eran maravillosos. Todos los seres
humanos son maravillosos. Y todos los creyentes también, por supuesto. Pero es
verdad que dentro de los límites en los que vivimos nuestra fe se está muy
calentito. Resulta moderadamente fácil amar a los que piensan como tú, pero ¿es
igual enfrentarte a los que piensan distinto, a los que no sienten igual?
Nuestra fe nos pide que en esas situaciones amemos más…
Mt 5,43-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
-Habéis oído que se dijo: Amarás
a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
Yo, en cambio, os digo: Amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os
persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo,
que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e
injustos.
Porque, si amáis a los que os
aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si
saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre
celestial es perfecto.
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