XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Zaqueo no alcanzaba a ver a Jesús. Se subió a un árbol
para poder verlo. ¡Qué importantes son las mediaciones! Pero además, fue Jesús
quien se adelantó y lo miró. Y la mirada de Jesús interpeló a Zaqueo y lo
transformó. Pero Zaqueo también había dispuesto su corazón. Preparemos los
nuestros.
Lc 19,1-10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando
la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y
rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío,
porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro
para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le
dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me
quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los
pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este
es hijo de Abrahán.
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo
que estaba perdido».
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