San Juan Bosco, presbítero
Martes de la IV Semana
del Tiempo Ordinario
A su paso son muchas las personas que salen al encuentro
porque necesitan curación. No acuden a él los sanos, sino aquellos que sienten
la debilidad de la existencia en cada paso. En él han puesto la esperanza.
Desean recuperarse. La salud, la esperanza, la vida. También nosotros seguimos
buscando la sanación de aquellas cosas que en nuestra vida se van desmoronando.
Mc 5,21-43
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la
otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a
sus pies, rogándole con insistencia:
-«Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre
ella, para que se cure y viva.»
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo
apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años.
Muchos médicos la hablan sometido a toda clase de tratamientos, y se habla
gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor.
Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el
manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó
la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús,
notando que habla salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la
gente, preguntando:
-«¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron:
-«Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién
me ha tocado? "»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La
mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le
echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo:
-«Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe
de la sinagoga para decirle:
-«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al
maestro?»
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de
la sinagoga:
-«No temas; basta que tengas fe.»
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro,
Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la
sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo:
-«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está
muerta, está dormida.»
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el
padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la
cogió de la mano y le dijo:
-«Talitha qum» (que significa: «Contigo hablo, niña,
levántate»).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar;
tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se
enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.