Sábado de la I Semana del Tiempo Ordinario
La institucionalización de la fe tiene sus riesgos. No podemos negarlo. El judaísmo más oficial había hecho de la respuesta de fe un código cerrado que ahogaba la intervención de Dios. Reducía en exceso el verdadero deseo de Dios para con el hombre. Quizá por ello no eran capaces de ver que el Mesías había venido a sanar los corazones rotos y dolidos, las heridas mal curadas, la ceguera y la sordera. Pensaban más en un Dios que ratificara sus normas. Es una ocasión especial para que reflexionemos…
Mc 2,13-17
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba.
Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice:
«Sígueme.»
Se levantó y lo siguió.
Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que lo seguían.
Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos:
«¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y les dijo:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»
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