San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno
Juan es interrogado, como si de un juicio se tratara. Las
diferentes propuestas que recibe no encajan en su autodefinición. Él está al
servicio de la misión. Una misión que se ha fraguado en el desierto y lo que
ello significa: silencio, interioridad, reflexión y apertura a la
transcendencia. También nosotros estamos a tiempo de hacer ese silencio
desértico y encontrar sentido a nuestra vida en la misión recibida. Y entonces
no callar.
Jn 1,19-28
Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos
enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién
eres?». Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el
Profeta?». Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar
una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como
dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay
uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de
desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla
del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
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