La Natividad del Señor
Dios
ha nacido. Llevabas tiempo esperando, buscando. Ni siquiera sabías muy bien qué
esperar. En quién confiar. El camino se fue allanando en estas pasadas semanas
de adviento en el que la Palabra de Dios te guiaba hasta este momento. Te hablaron
de estrellas en el cielo, de pastores y de reyes. Te sugirieron que Dios no
falla. Aquí está. Inocente y vulnerable como un niño que es. Levántate. Es Él.
Ya está aquí. ¿Lo reconoces ahora? Está en la verdad, en la sencillez, en el
cercano y el alejado. En el herido y el maltrecho. En el desesperado y en el
eufórico. Sí, en todos, porque Dios se ha abierto a toda la humanidad.
Jn 1,1-5.9-14
En
el principio existía el Verbo,
y
el Verbo estaba junto a Dios,
y
el Verbo era Dios.
Él
estaba en el principio junto a Dios.
Por
medio de él se hizo todo,
y
sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En
él estaba la vida,
y
la vida era la luz de los hombres.
Y
la luz brilla en la tiniebla,
y
la tiniebla no lo recibió.
El
Verbo era la luz verdadera,
que
alumbra a todo hombre,
viniendo
al mundo.
En
el mundo estaba;
el
mundo se hizo por medio de él,
y
el mundo no lo conoció.
Vino
a su casa,
y
los suyos no lo recibieron.
Pero
a cuantos lo recibieron,
les
dio poder de ser hijos de Dios,
a
los que creen en su nombre.
Estos
no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni
de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros,
y
hemos contemplado su gloria:
gloria
como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
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