Martes de la I Semana de Adviento
La
oración de Jesús va acompañada de la plenitud del Espíritu Santo. Precisamente
es la confianza en él lo que hace que nuestra oración, tan necesaria siempre,
sea sincera. Que no sea el discurso interesado de quien acude a Dios solo en la
dificultad, o de quien pretende conseguir en la oración aquello que sabe que
Dios no puede conceder. La oración es el reconocimiento del Señor, de aquel en
quien confío y con quien establezco una relación de intimidad desde la verdad y
la sencillez.
Lc 10,21-24
En
aquella hora Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te
doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre,
porque así te ha parecido bien.
Todo
me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el
Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar».
Y,
volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que
ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron
ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo
oyeron».
No hay comentarios:
Publicar un comentario