XXIII Domingo del T.O.
La irrupción de Dios se describe en la profecía de Isaías con el símbolo de la curación de la sordera. Oídos que se abren para sanar y liberar a los pobres. Santiago insiste en la predilección de Dios por los más pobres. Y Jesús cura a un sordo que le presentan, un signo de la presencia sanadora y esperanzadora de Dios en medio de los hombres. Un gesto del nuevo reino. Pero además un gesto reconocible por todos de la presencia de Dios.
Mc 7,31-37
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
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