Miércoles de la XXVII Semana del T.O.
Posiblemente
esta oración que Jesucristo nos dejó la hemos usado tanto que la hemos
desgastado. No porque haya perdido su valor, sino porque la hemos convertido,
posiblemente, en rutina. Conviene a nuestra fe que no sea así. En ella se
reflejan aspectos muy importantes en la vida de los discípulos. La filiación
divina, la fraternidad de los creyentes, la misericordia como don y como tarea,
la providencia divina y la esperanza humana, y, como consecuencia un nuevo reino
de paz, justicia y amor… Ese que tan necesario se antoja en estos momentos…
Lc 11,1-4
Una
vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo:
«Señor,
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él
les dijo:
«Cuando
oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día
nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
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