XXVIII Domingo del T.O.
Seguramente no se fue triste
porque era muy rico. Seguramente se fue triste porque las palabras de aquel a
quien llamaba maestro bueno le invitaban a iniciar un proceso de renuncia, un
cambio, una transformación en su vida. A nosotros, en el siglo XXI no nos
entristece la riqueza. Si así fuese no andaríamos tan atareados persiguiéndola.
El “maestro bueno” sigue invitándonos a cambiar… Pero ¿nos entristece?
Mc 10,17-27
En aquel tiempo, cuando salía
Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le
preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para
heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay
nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu
padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido
desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó
y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende
lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego
ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el
ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a
sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en
el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron
sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en
el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja,
que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede
salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les
dijo:
«Es imposible para los hombres,
no para Dios. Dios lo puede todo».
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