Viernes de la XXVII Semana del T.O.
Nada peor que la división para
que se adelante el final de cualquier institución, familia o reino. Y nada
distinto es en la vida de la comunidad de los creyentes. La diversidad no es
división, sino riqueza. La diversidad hace crecer la comunidad si los lazos más
importantes se mantienen unidos por la comunión con el único Señor. Y qué
difícil es a veces discernir las disensiones propias de lo diverso de las
divisiones propias de los intereses personales. Todo un dilema.
Lc 11,15-26
En aquel tiempo, habiendo
expulsado Jesús a un demonio, algunos de entre la multitud dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe
de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le
pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí
mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha
dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que
yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con
el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso,
ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo
de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien
armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más
fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su
botín.
El que no está conmigo está
contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.
Cuando el espíritu inmundo sale
de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar,
y, al no encontrarlo, dice:
"Volveré a mi casa de donde
salí".
Al volver se la encuentra barrida
y arreglada.
Entonces va y toma otros siete
espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.
Y el final de aquel hombre
resulta peor que el principio».
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