Natividad del Señor
Y ahora, por fin, comenzamos a
celebrar la Navidad. Sí, la de verdad. No la de los anuncios, las compras, el
consumo y las felicitaciones costumbristas. No. Ahora celebramos la Navidad del
regalo. La del don de Dios a los hombres. La oferta gratuita y la propuesta de
salvación de Dios desde nuestra propia historia. Dios se ha hecho carne, uno de
los nuestros. Dios que camina con nosotros, sufre con nosotros, se alegra con
nosotros, pero, que sobre todo, nos salva. Ahora ya no estamos en adviento.
Estamos en Navidad. Ahora grita con Gabriel: “alégrate”.
Jn 1,1-5.9-14
En el principio existía el Verbo,
y el Verbo estaba junto a Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo,
y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no lo recibió.
El Verbo era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre,
viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él,
y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron,
les dio poder de ser hijos de Dios,
a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de
verdad.
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