Martes
de la IV Semana del Tiempo Ordinario.
A veces tan lejos y a veces tan cerca. Jesús nos sorprende
como a sus propios discípulos. Apretujado por quienes nos sentimos tan cercanos
a él se percata de quien desde el silencio, la soledad y la humildad sufre y, con
una fe desbordante, acude a Dios desde el vacío necesitado. La respuesta de
Jesús no es arbitraria ni caprichosa. Reconoce el corazón limpio y sincero de
las personas y responde con generosidad. Así es nuestro Dios.
Mc 5,21-41
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla,
se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago.
Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y
al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
-Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre
ella, para que se cure y viva.
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo
apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía
doce años.
Muchos médicos la habían sometido a toda clase de
tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar,
se había puesto peor.
Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la
gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido, curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó
que su cuerpo estaba curado.
Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en
seguida, en medio de la gente, preguntando:
-¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaron:
-Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: «¿quién me ha
tocado?»
El seguía mirando alrededor, para ver quién había sido.
La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo
que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
El le dijo:
-Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe
de la sinagoga para decirle:
-Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la
sinagoga:
-No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro,
Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Llegaron a casa del jefe de la sinagoga Y encontró el
alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos.
Entró y les dijo:
-¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está
muerta, está dormida.
Se reían de él.
Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre
de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y
le dijo:
-Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña,
levántate).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar -tenía
doce años-.
Y se quedaron viendo visiones.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que
dieran de comer a la niña.
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