Santa
Águeda. Miércoles de la IV Semana del Tiempo Ordinario.
No es ajeno a Jesús a la realidad humana. En ningún
aspecto. Tampoco en esto. Los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo
peor. Precisamente por eso somos tan maravillosos. La contrariedad, la
pluralidad y la diferencia nos enriquecen. Pero es verdad que en ocasiones
afloran en nosotros la duda, la incertidumbre… Nos cuesta alegrarnos cuando a
nuestro vecino le va bien. Entendemos al semejante como un rival, no como un
compañero de camino. A Jesús también le ocurre. Sus gestos y sus palabras son
menospreciados por quien más debería conocerle. Para reflexionar, sin duda.
Mc 6,1-6
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus
discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la
multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
-«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han
enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de
María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con
nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía:
-«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre
sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos
enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría
los pueblos de alrededor enseñando.
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