Santa María
Magdalena. Miércoles de la XVI Semana del Tiempo Ordinario
María Magdalena pasa del desconsuelo a la esperanza,
del miedo a la libertad, del discipulado al testimonio. Estos cambios no son
solo fruto del seguimiento del Señor, sino del encuentro con el resucitado en
quien reconoce al Señor que da sentido a su vida.
Juan 20, 1.
11-18
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al
sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el
otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto».
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando.
Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco,
sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de
Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella les contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han
puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no
sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has
puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice:
«¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre.
Pero anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al
Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
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