XIV Domingo del
Tiempo Ordinario
Llevamos una vida demasiado rápida. Todo discurre muy
deprisa. Es la sociedad de la inmediatez. Buscamos resultados positivos e
inmediatos. Y este tipo de vida puede acabar por vaciar nuestros corazones.
Asentar nuestra vida en la roca firme de la fe nos ayuda a serenar nuestro modo
de estar en el mundo. Fiarnos de Cristo nos ayuda a hacer de esta carga algo
más ligero.
Mateo 11,
25-30
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me lo ha sido entregado por mi Padre, y nadie
conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados,
y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi
yugo es llevadero y mi carga ligera».
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