Jueves de la IV Semana de Cuaresma
El judaísmo oficial no era capaz de abrir el corazón
para acoger al Hijo de Dios. Simplemente creía ya saber (con la cabeza) cómo
Dios se iba a manifestar, cómo entenderlo y, ¿por qué no? Cómo hacer que Dios
fuese lo que ellos querían que fuese. En definitiva, cuando uno se acerca a
Dios con el corazón inocente, abierto y dispuesto se deja sorprender por Dios.
Dios toca lo más profundo del corazón del hombre. Y nosotros ¿dejamos que Dios
actúe en nosotros o queremos que Dios sea lo que nosotros deseamos?
Juan 5, 31-47
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es
verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el
testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado
testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un
hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que
ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de
Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago
dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio
de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no
habita en vosotros, porque al que él envió no le creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas
vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí
para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que
el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me
recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos
de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os
voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis
vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí
escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis
palabras?»
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