Lunes de la IV Semana de Cuaresma
La respuesta de Jesús a la incredulidad de sus propios
paisanos es la curación del hijo de un funcionario. Un hombre ajeno a las
disputas religiosas de los judíos más ortodoxos de Israel. Un hombre sencillo
que acude a Jesús con el único argumento de su fe. La confianza depositada en
el Hijo de Dios. Y la respuesta de Jesús no se hace esperar. Hasta en tres
ocasiones le dice que su hijo “vive”. El Dios de la vida se da a todos, y
puesto que no es acogido en el judaísmo, las fronteras del reino se extienden
cada vez más. ¿No estaremos haciendo nosotros lo mismo que los judíos más
ortodoxos? ¿No estaremos cerrando nuestro corazón a la fe?
Juan 4, 43-54
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaria para Galilea.
Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron
bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la
fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había
convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en
Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le
pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veáis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo está vive»
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en
camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole
que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le
contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en
que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive» Y creyó él con toda su familia.
Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a
Galilea.
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