IV Domingo de Cuaresma
El anuncio de Jesús puede resultar escandaloso para
quienes solo esperan un Mesías triunfante y espectacular. Hemos de entender
algo del evangelio de Juan, sus símbolos. Jesús le recuerda a Nicodemo un
episodio del Antiguo Testamento. Los israelitas elevaban la serpiente de bronce
y al mirarla los que habían recibido la mordedura de las serpientes quedaban
curados. La serpiente era símbolo de fertilidad. Por eso, a pesar de que el
Hijo de Dios sea elevado en la cruz, signo de ignominia, la cruz, como signo
del amor de Dios, salvará al hombre. Solo el amor de Dios es capaz de transformar
así las cosas.
Juan 3, 14-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que
cree en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida
eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya
está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues
todo el que obra el mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz,
para que se vea que sus obras están hechas según Dios».
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