Jueves de la III Semana de Cuaresma
La división interna es la encrucijada de nuestra vida.
Como individuos y como sociedad vivimos en esa tensión interna entre el bien y
el mal, entre el egoísmo y la solidaridad. Jesús se nos ofrece como criterio
que garantiza la concordia en nuestra vida. Pero ¿nos lo creemos?
Lucas 11, 14-23
En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que
era mudo.
Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar
el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios,
echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del
cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y
cae casa sobre casa. Si, pues también Satanás se ha dividido contra sí mismo,
¿cómo mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el
poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos
mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de
Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su
palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo
vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no
recoge conmigo desparrama».
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